Las armas promovidas para la seguridad personal provocan una crisis de salud pública en comunidades negras

PHILADELPHIA — Leon Harris, de 35 años, conoce por experiencia personal la devastación que puede causar un arma. Hace casi dos décadas, unos ladrones le dispararon por la espalda, dejándolo paralizado del pecho hacia abajo. La bala aún permanece alojada en su columna.

“Cuando te disparan, dejas de pensar en el futuro”, dijo.

Su esposa, su hijo y su fe son su gran apoyo. En el pasado quiso trabajar como operador de montacargas, pero logró desarrollar una carrera estable en tecnología de la información. Hoy en día se rodea de otras personas sobrevivientes de heridas de bala y se enfoca en el activismo.

Aun así, el trauma permanece en su vida cotidiana. Cuando la violencia por armas de fuego aumentó durante la pandemia de covid, sacudió su frágil sentido de seguridad. Mudó a su familia de Philadelphia a un suburbio arbolado en Delaware. Pero el miedo constante al crimen persiste.

Ahora está considerando comprar un arma.

Harris es una de las decenas de miles de personas que mueren o resultan heridas cada año por un arma de fuego, una crisis de salud pública que se intensificó durante la pandemia y que lleva a una nueva víctima a la sala de emergencias cada media hora.

En las últimas dos décadas, la industria de armas de fuego ha aumentado su producción y ha intensificado sus campañas de ventas a través de influencers en redes sociales, presentaciones en conferencias y promociones publicitarias.

Una organización del sector reconoció que su cliente tradicional era “blanco, hombre y mayor”, por lo que en años recientes comenzó a dirigir su mercadeo hacia personas afroamericanas y otras comunidades de color, como los hispanos, que se ven afectadas de forma desproporcionada por la violencia de las armas.

La administración Trump redujo la supervisión federal sobre las empresas de armas, que la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por sus siglas en inglés) describió como una nueva era “caracterizada por la transparencia, la responsabilidad y la colaboración con la industria de las armas de fuego”.

El dolor causado por esta forma de violencia atraviesa divisiones políticas, culturales y geográficas, pero ningún grupo ha sufrido tanto como las personas afroamericanas, como Harris. Según datos federales citados por investigadores, en 2021 las personas negras tenían casi 14 veces más probabilidades de morir por homicidio con arma de fuego que las personas blancas. Los hombres y niños negros representan el 6% de la población, pero son más de la mitad de las víctimas de homicidio.

Washington ha ofrecido poco alivio: las armas siguen siendo uno de los pocos productos de consumo que el gobierno federal no regula en cuanto a salud y seguridad.

“La política de las armas en Estados Unidos está tremendamente desalineada con las prioridades correctas, que deberían centrarse en la salud, la seguridad y el derecho fundamental a vivir”, dijo el abogado Jon Lowy, fundador de Global Action on Gun Violence, quien ayudó a representar a México en una demanda —sin éxito— contra Smith & Wesson y otros fabricantes de armas que llegó hasta la Corte Suprema. “Estados Unidos permite y respalda prácticas de la industria armamentista que serían totalmente inaceptables en cualquier otra parte del mundo”.

KFF Health News llevó a cabo una investigación sobre la violencia por armas de fuego durante la pandemia, período en el que las muertes por estas armas alcanzaron su nivel más alto en la historia.

Los periodistas revisaron investigaciones académicas, informes del Congreso y datos de hospitales, y entrevistaron a decenas de expertos en salud pública y en este tipo de violencia, personas dueñas de armas y víctimas o sus familiares.

La investigación encontró que, mientras los funcionarios imponían restricciones para frenar la propagación de covid, las decisiones políticas y regulatorias impulsaron las ventas de armas y, con ello, otra crisis de salud pública.

Mientras los gobiernos estatales y locales cerraban escuelas, pedían a la población que se quedara en casa y suspendían actividades en gimnasios, teatros, centros comerciales y otros espacios, el entonces presidente Donald Trump mantuvo abiertas las tiendas de armas, considerándolas negocios esenciales para el funcionamiento de la sociedad.

Kush Desai, vocero de la Casa Blanca, no respondió a solicitudes de entrevista ni a preguntas sobre los esfuerzos de la administración Trump para reducir la regulación de la industria de armas.

Durante la pandemia, el gobierno federal entregó más de $150 millones en asistencia financiera a empresas y grupos del sector de las armas a través del Programa de Protección de Cheques de Pago (Paycheck Protection Program), incluso cuando algunas empresas reportaban fuertes ventas, según un análisis del grupo de defensa Comunidades por la Seguridad de las Armas (Everytown for Gun Safety).

Funcionarios federales dijeron que el programa tenía como objetivo mantener empleos, pero millones de dólares fueron a parar a empresas de armas que no declararon si esos fondos ayudarían a conservar puestos de trabajo, según el informe.

Alrededor de 1 de cada 5 hogares en Estados Unidos compró un arma durante los dos primeros años de la pandemia, incluidos millones de compradores primerizos, según datos de encuestas de NORC en la Universidad de Chicago.

Harris comprende claramente lo que impulsa esa demanda.

“Las armas no van a desaparecer a menos que abordemos la raíz de los miedos de las personas”, dijo.

Las encuestas muestran que la mayoría de los que poseen un arma creen que les brinda mayor seguridad. Pero los datos de salud pública indican que tener un arma en casa duplica el riesgo de homicidio y triplica las probabilidades de suicidio.

“No hay pruebas de que las armas aumenten la protección”, señaló Kelly Drane, directora de investigación del Centro Legal Giffords para Prevenir la Violencia por Armas de Fuego (Giffords Law Center to Prevent Gun Violence).

“Nos han contado una mentira fundamental”, añadió.

Muertes récord

Menos de un año después del inicio de la pandemia, Jacquez Anlage, de 20 años, fue asesinado a tiros en un apartamento en Jacksonville, Florida. Cinco años después, el crimen sigue sin resolverse.

Su madre, Crystal Anlage, dijo que cayó de rodillas y gritó de dolor en su jardín cuando la policía le dio la noticia.

Contó que Jacquez superó años en el sistema de cuidado temporal —pasó por 36 hogares— antes de que ella y su esposo, Matt, lo adoptaran a los 16 años.

Jacquez acababa de mudarse a su propio apartamento cuando lo mataron. Amaba a los animales y quería convertirse en técnico veterinario. Era amable y afectuoso, dijo Crystal de su hijo adoptivo, medía 6’4” y pesaba 215 libras, propias de ser un ex jugador de fútbol americano y baloncesto.

“Recién comenzaba a sentirse seguro en la vida”, añadió Crystal Anlage.

Investigadores afirman que padres como Crystal Anlage cargan un trauma que destruye su sentido de seguridad.

Anlage contó que padece trastorno de estrés postraumático y ansiedad. Le aterran las armas y los fuegos artificiales.

Pero ha logrado darle un propósito al asesinato de su hijo: cofundó la organización Fundación de Sobrevivientes de Jacksonville (Jacksonville Survivors Foundation), que busca concientizar sobre el impacto del homicidio y apoyar a madres y padres en duelo.

“La muerte de Jacquez no puede ser en vano”, dijo. “Quiero que su legado sea el amor”.

Ese legado y el de muchos otros jóvenes asesinados a tiros quedan opacados por el poderoso mensaje de miedo que difunden los fabricantes de armas.

Durante la pandemia, las campañas publicitarias del sector le decían a la población que necesitaba armas para defenderse de criminales, manifestantes, policías poco confiables y durante disturbios raciales o políticos, según una petición presentada por grupos que abogan por el control de armas ante la Comisión Federal de Comercio (Federal Trade Commission, FTC).

En una publicación eliminada de Instagram del 18 de junio de 2020, de la empresa Lone Wolf Arms, un fabricante con sede en Idaho, se mostraba a un manifestante ante policías antidisturbios entre las palabras “¿Retirar la financiación a la policía? Defiéndete tú mismo”. El pie de foto ofrecía “entre 10% y 25% de descuento en armas demo y pistolas completas”.

Impact Arms, una tienda de armas en línea, publicó el 3 de agosto de 2020 en Instagram una imagen de una persona guardando un rifle en una mochila, señala el documento. El mensaje decía: “El mundo está bastante loco ahora mismo. No es mala idea llevar algo más eficiente que una pistola”.

La Asociación Nacional del Rifle (National Rifle Association, NRA) publicó en 2020 un video de cuatro minutos en YouTube donde una mujer negra sostiene un rifle y le dice a la audiencia que necesitan un arma durante la pandemia. “Tal vez estés almacenando comida para superar esta crisis”, dijo, “pero si no te estás preparando para defender tu propiedad cuando todo salga mal, en realidad estás almacenando para otra persona”.

El mensaje fue efectivo. Las verificaciones de antecedentes para comprar armas aumentaron 60% de 2019 a 2020, año en que el gobierno federal declaró la emergencia sanitaria.

Ese mismo año, más de 45.000 personas murieron por violencia con armas de fuego en Estados Unidos, la cifra más alta hasta entonces. En 2021, se volvió a romper el récord.

Las armas vendidas al inicio de la pandemia tenían más probabilidades de terminar en escenas de un crimen al año siguiente, según un informe del Comité Económico Conjunto del Congreso, de mayoría demócrata, que citaba datos de la ATF.

Los fabricantes de armas “utilizaron tácticas de ventas preocupantes” tras tiroteos masivos en Buffalo, Nueva York, y Uvalde, Texas, “sin tomar siquiera medidas básicas para monitorear la violencia y destrucción que sus productos generan”, de acuerdo con un documento interno hecho público por los demócratas del Congreso en 2022, después de conocerse una investigación sobre prácticas y beneficios de la industria llevada a cabo por el Comité de Supervisión y Reforma de la Cámara de Representantes (House Oversight and Reform Committee).

Según esta investigación del Congreso, la industria ha publicitado las armas “entre organizaciones supremacistas blancas y extremistas durante años, apelando al miedo a la represión gubernamental contra propietarios de armas y fomentando tensiones raciales”.

“El aumento de la violencia con motivación racial también ha impulsado la compra de armas entre personas negras, lo que permite a la industria lucrar tanto con los supremacistas blancos como con sus objetivos”, señala el informe del Congreso.

En 2024, el entonces gobierno del presidente Joe Biden, a través del Departamento del Interior, otorgó una subvención de $215.000 a la Fundación Nacional de Tiro Deportivo (National Shooting Sports Foundation, NSSF), un importante grupo del sector de las armas de fuego, para ayudar a las empresas a comercializar armas entre la población negra.

La Comisión Federal de Comercio (FTC, en inglés) es la agencia responsable de proteger a los consumidores de prácticas comerciales engañosas o injustas, y tiene poder para sancionar. Por ejemplo, emitió advertencias a empresas que hicieron afirmaciones falsas sobre productos que supuestamente prevenían o curaban covid.

Pero cuando en 2022, durante el gobierno de Joe Biden, familiares de víctimas de violencia por armas de fuego, legisladores y grupos defensores pidieron a la FTC investigar cómo se promocionaban las armas entre menores, personas de color y grupos supremacistas blancos, la agencia no anunció ninguna acción pública.

Este verano, la NSSF presentó su defensa ante la FTC y calificó los intentos de los grupos de control de armas como parte de una “campaña coordinada de guerra legal” contra la publicidad de las armas de fuego, “que está protegida constitucionalmente”.

Mitchell Katz, vocero de la FTC, se negó a comentar, señalando por correo electrónico que la agencia no confirma ni niega la existencia de investigaciones.

Serena Viswanathan, quien se retiró en junio como directora asociada de la FTC, dijo a KFF Health News que la agencia perdió al menos una cuarta parte del personal de su división de publicidad desde la llegada de Trump a la presidencia en enero.

Las empresas de armas Smith & Wesson, Lone Wolf Arms e Impact Arms no respondieron a solicitudes de comentarios. Tampoco lo hicieron la NSSF ni la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en inglés).

En una publicación en redes sociales de agosto de 2022, el presidente y CEO de Smith & Wesson, Mark Smith, dijo que algunos políticos estaban culpando erróneamente a los fabricantes de armas por el aumento de la violencia durante la pandemia, argumentando que las ciudades con altos índices de crimen habían “promovido políticas irresponsables y blandas con el crimen, que a menudo tratan a los criminales como víctimas y a las víctimas como criminales”.

“Ahora algunos buscan prohibir que fabricantes y defensores de la Segunda Enmienda anuncien productos de una manera que recuerde a los ciudadanos respetuosos de la ley que tienen un derecho constitucional a portar armas para defenderse a sí mismos y a sus familias”, añadió Smith.

Armas y raza

En 2015, la NSSF reunió a simpatizantes en una conferencia en Savannah, Georgia, e instó a la industria a diversificar su base de clientes, según un video de YouTube y reportes de Comunidades por la Seguridad de las Armas y del Centro de Políticas sobre Violencia (Violence Policy Center, VPC).

Chris Cheng, especialista en tiro deportivo, dio una presentación titulada “Diversidad: la próxima gran oportunidad”. Imágenes de la conferencia muestran gráficas que describen la “demografía” y “tecnografía” de tiradores negros e hispanos.

Las gráficas describían a los tiradores negros como “expresivos y seguros socialmente, en el grupo” y “menos propensos a estar casados o a haber terminado la universidad”. A los tiradores hispanos se les consideraba “mucho más confiados en la publicidad y en las celebridades”.

Nick Suplina, vicepresidente de políticas públicas de Comunidades por la Seguridad de las Armas, dijo que el mercadeo de la industria cambió en la segunda mitad del siglo XX, cuando el interés por la caza comenzó a disminuir. El nuevo enfoque: armas para la seguridad personal.

“Dijeron: ‘Necesitamos entrar a nuevos mercados’”, explicó Suplina. “Identificaron a mujeres y personas de color. No tuvieron mucho éxito hasta la pandemia, el movimiento Black Lives Matter y la muerte de George Floyd. El mensaje es: ‘Tú también mereces la Segunda Enmienda’. Están vendiendo el producto como un antídoto al miedo y la ansiedad”.

La investigación del Comité de Supervisión de 2022 criticó duramente a las compañías por promocionar sus productos entre personas de color, mientras la violencia armada sigue siendo una de las principales causas de muerte entre jóvenes afroamericanos e hispanos.

Al mismo tiempo, algunas empresas también promovieron rifles de asalto entre grupos supremacistas blancos que creen que se avecina una guerra racial, según la investigación. Una compañía incluso vendía un rifle tipo AK-47 llamado “Big Igloo Aloha”, en referencia a un movimiento antigubernamental.

Aun así, Philip Smith quiere que más personas negras compren armas para protegerse.

Smith dijo que trabajaba como consultor de recursos humanos cuando se le ocurrió crear la Asociación Nacional Afroamericana de las Armas de fuego (National African American Gun Association, NAAGA) que ayudó a la Fundación Nacional de Tiro Deportivo (NSSF, en inglés) a preparar su informe sobre cómo comunicarse con consumidores afroamericanos.

Smith alienta a las personas negras a comprar armas para defensa personal y a recibir capacitación adecuada sobre su uso.

Tras 10 años, dijo que su organización tiene cerca de 45.000 miembros en todo el país. La membresía individual cuesta $39 anuales y la de parejas $59, lo que brinda acceso a descuentos de socios corporativos, incluidas empresas fabricantes de armas, y sorteos de armas, según su sitio web.

El asesinato policial de Michael Brown en Ferguson, Missouri, y la muerte a tiros del adolescente Trayvon Martin en Florida impulsaron el interés inicial entre doctores, abogados y otros profesionales, dijo Smith. Pero el verdadero crecimiento se dio durante la pandemia, incluso entre personas demócratas que antes se oponían a tener un arma.

“Cientos de personas me llamaban y decían: ‘No estoy de acuerdo con nada de lo que dices, pero ¿qué tipo de arma debo comprar?’”, recordó Smith.

Smith, que se describe como “callado, nerd y afrocentrista”, dijo que criticar las armas es perder la perspectiva.

“Mis ancestros dieron su sangre para que tengamos este derecho”, afirmó. “¿Hay personas blancas racistas? Sí. Pero deberíamos comprar armas porque hay una necesidad. No porque nos obligan”.

“Amnesia estadounidense”

Durante la pandemia, la violencia con armas de fuego afectó más gravemente a vecindarios racialmente segregados en ciudades como Philadelphia, donde aproximadamente 1 de cada 4 residentes vive en la pobreza.

Un informe de la ciudad indicó que durante un período de un año en la pandemia se registraron más de 2.300 tiroteos, unos seis por día. Muchos casos no han sido resueltos por la policía.

Funcionarios de la ciudad señalaron el auge en la venta de armas: en el año 2000 hubo menos de 400.000 ventas en Pennsylvania; en 2020, más de un millón.

Las ventas de armas han disminuido desde el fin de la pandemia, pero el daño causado persiste.

En una conferencia realizada el año pasado en el estadio del equipo de fútbol americano Eagles, víctimas de esta violencia y sus familiares se reunieron con activistas para compartir relatos de experiencias cercanas a la muerte y del dolor de perder a seres queridos.

Pinturas alrededor del escenario conmemoraban a personas jóvenes, casi todas de color, asesinadas a tiros. Los mensajes decían: “Siempre te amaremos y extrañaremos” y “Los que amamos nunca se van”.

Marion Wilson, activista comunitario, dijo que cree que el país ha olvidado el sufrimiento que ciudades como Philadelphia vivieron durante la pandemia.

“Padecemos la enfermedad de la amnesia estadounidense”, señaló.

Harris regresaba a casa tras su trabajo en Burlington Coat Factory hace casi dos décadas cuando unos asaltantes lo siguieron desde la parada del autobús y le exigieron dinero. Dijo que no tenía y le dispararon.

Harris pasó su infancia arreglando autos con su abuelo, cuando no estaba en la escuela o en la iglesia. Recuerda estar acostado en la cama del hospital, sintiéndose completamente impotente.

“Tuve que volver a aprender a alimentarme solo”, dijo. “Era como un bebé. Tuve que aprender a sentarme para poder usar una silla de ruedas. La única manera en que salí adelante fue con mi fe en Dios”.

Harris pasó años en rehabilitación y recibió terapia por estrés postraumático. Ahora, en silla de ruedas, a veces teme por su seguridad y cree que tener un arma podría ser una de las pocas maneras de protegerse a sí mismo y a su familia.

“Lo estoy pensando”, dijo. “Me da miedo que mi trauma pueda dañar a otra persona. Esa es la única razón por la que aún no la he comprado”.

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